Cuando el agua segura transforma la vida escolar de niñas y niños

World Vision Perú
lunes 05 de mayo - 2025
El sol cae sobre el río Marañón mientras Li, de 12 años y estudiante de primero de secundaria, camina por el patio de su escuela en Nauta, Loreto. Hasta hace poco, los baños rotos y la falta de agua segura eran parte de su rutina escolar. “Antes no se podía tomar agua tratada, los baños estaban rotos, sucios. Ahora podemos tomar agua segura y usar baños limpios”, cuenta con entusiasmo.
Desde hace un par de meses, su colegio forma parte de una iniciativa que promueve el acceso al agua potable, servicios higiénicos adecuados y buenas prácticas de higiene. Y es posible gracias al trabajo de UNICEF, su socio implementador World Vision y el decidido apoyo del Comité Español, a través del Ayuntamiento de Oviedo y la Diputación de Cáceres. El impacto es claro: ha mejorado la salud, la asistencia escolar y, sobre todo, la dignidad de niñas, niños y adolescentes.
Giselle, de 17 años y alcaldesa escolar, vivió el contraste: “Cuando salí del colegio el año pasado, en diciembre, los servicios higiénicos se quedaron en un mal estado. Cuando regresé, vi a mi colegio hermoso, precioso, como siempre lo he soñado”. Para ella, la mejora no fue solo material, fue una transformación emocional. “Entré al baño y estaba completamente en un estado que nosotros queríamos desde antes. Ya no teníamos que ir al baño con la compañera para que nos tape. Ahora vamos al baño con tranquilidad, vamos a lavarnos las manos, ya no tenemos que tocar el agua sucia, marrón, que tenía un olor pésimo”.
Hoy, tanto Li como Giselle han incorporado nuevos hábitos. “Antes lo practicábamos, pero no teníamos agua potable. Ahora sí, podemos lavarnos las manos y tener una vida más saludable”, afirma Giselle.
Para la subdirectora Lucy Rodríguez, estos cambios eran urgentes. “Antes del proyecto nuestra institución educativa tenía los baños en muy malas condiciones. No teníamos agua que fluía por los desagües, las cañerías no estaban completas y muchos baños ni siquiera tenían puertas. Teníamos que almacenar agua en un timo grande y repartirla en baldecitos pequeños. No era digno”, recuerda.
Ella, junto con la comunidad educativa, impulsó la participación del colegio en el proyecto, convencida de que el acceso al agua y a servicios higiénicos decentes es un derecho, no un privilegio. “Nos motivó la necesidad de mejorar la salubridad para nuestros estudiantes. Ahora, gracias a la intervención, los niños y niñas no solo tienen baños funcionales, sino que también han recibido talleres de salud e higiene que están marcando una diferencia en su comportamiento”, explica.
En un lugar como Nauta, donde las condiciones de infraestructura y servicios básicos aún enfrentan serias brechas, este tipo de intervenciones son un rayo de esperanza. Pero más allá de las cañerías nuevas y los lavamanos brillantes, lo que realmente ha cambiado es la mirada de los estudiantes sobre sí mismos: ahora se saben merecedores de condiciones dignas, de salud y de bienestar. “Ya no tenemos que comprar agua para poder beber. Ahora que está el agua potable en la institución educativa, eso nos tiene más seguros”, concluye Giselle.
Y en esa seguridad, en esa nueva rutina de ir al baño sin miedo o de tomar agua sin temor a enfermarse, se está sembrando algo mucho más grande: una cultura de cuidado, de equidad y de respeto por los derechos de la niñez amazónica.